Tuesday, January 31, 2006

Massachusetts

Era el verano de 1991 y volví a los suburbios de una pequeña ciudad al norte de Boston. Casas bajas de madera blanca, colocadas armoniosamente en un bosque de árboles enormes, centenarios, con praderas frente a la puerta. Volvía a vivir el sueño americano. Pero aquel no fue un agosto más en casa de los padres de mi novio. El huracán Bob se había desviado del Caribe para recorrer en dirección norte toda la costa este hasta Massachussets. Mientras el árbol centenario golpeaba con furia el tejado de madera blanca, la CNN retransmitía en directo el golpe de estado contra Gorbachov en la Unión Soviética. Era el fin del mundo. Las calles se inundaban mientras mi corazón se adentraba, como Alfonsina, en el mar. Me había cansado de mirarme en los ojos azules de aquel americanito, no me apetecía acariciar más su pelo rubio estropajoso. Quería acabar con esta historia.Aquella noche mi suegra de ojos azules y de pelo rubio estropajoso me dijo que tenía una sorpresa para mí. Había preparado vieiras para cenar. Me las imaginaba gallegas con su concha y empanadas. Pero nos entregó a cada uno un plato de grandes botones blancos, en una salsa de aceite, jengibre, aceite y soja. Estaba delicioso. Se me escapó una lágrima y mi familia americana me preguntó qué me pasaba. Yo sentía que mi alma ya estaba tragando agua de mar. El árbol dejó de golpear el tejado de madera blanca y al porche volvían los grillos y las luciérnagas, mientras la CNN anunciaba que Gorbachov abandonaba el poder y que Yelsin desintegraba en paz la Unión Soviética. Yo contesté que estaba bien. Al saborear el último bocado de vieira, decidí que podía mentirme y mentirle un poco más. Alfonsina salió del mar y volvió a la luz dorada de las playas de Massachussets, feliz de estar viva en un paraíso no deseado.