Antes le caía bien a todo el mundo hasta que por enfermedad del Gran Obi Huan, fui absorbido contra mi voluntad por el lado oscuro de la fuerza. La sonrisa se me quemó en las llamas de los horarios imposibles y de una responsabilidad que no se ajustaba en absoluto a mi salario. Llevaba una máscara oscura y hablaba para adentro. Respiraba con dificultad. Sólo me dejaba ver una gran escaleta imposible de ajustar y un guión que nunca, nunca parecía terminar. Yo me debía a la emperatriz y hacía todo lo que me pedía tal y como corresponde a un miembro de la Cúpula y a todo ciudadano del Imperio. La emperatriz le dijo a Anakin que le recompensaría con unas vacaciones lejos de Fuencarral a cambio de sus servicios. Cuando coja el avión nos lo creeremos. Pasaba mi tiempo mandando proyectiles desde mi estrella de la muerte a los pobres jedis en forma de cebos, cebitos y crawles. Han Solo y Luke Skywalker me miraban con recelo sin poder asimilar que ese chico tan majete se hubiese convertido en un monstruo mandón. Y yo les miraba con simpatía y ansias de que vuelviese Obi Huan de una vez y me sacara de la Cúpula. Porque, de verdad, esto del Imperio no va conmigo por mucho que la Emperatriz me mimara, me besara y me prometiera el oro y el moro. Pero Obi Huan nunca volvió para rescatarme. Murió junto la emperatriz una tarde de septiembre cuando por sorpresa explotó la Estrella de la Muerte. Tras la destrucción se deshizo el hechizo, la máscara cayó y Anakin volvió a su ser, a escribir guioncitos de sexo. Pero los jedis ven todavía algo extraño en mi mirada, creen que queda todavía algo en mí del lado oscuro de la fuerza. Me siguen hablando como si todavía fuese capaz de mandar sobre los clones. ¡Qué equivocados están! (Recuerda, joven Luke, que por muchos cebos terribles que te mandara, yo siempre seré tu padre.)